Época: Ilustración española
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
La Ilustración regional

(C) Carlos Martínez Shaw



Comentario

La Ilustración se revela como una corriente universalmente extendida por todo el territorio español. También, fuera de las fronteras hispanas, el movimiento es perfectamente detectable en las provincias de Ultramar. De este modo, deberemos dar cuenta más adelante de la extraordinaria riqueza de las variantes regionales de la Ilustración americana y filipina, no sólo de las aportaciones directamente procedentes de la metrópoli (debidas a los científicos integrados en las expediciones de reconocimiento del continente y del archipiélago filipino o a los que desempeñaron su trabajo en aquellas tierras, como Fausto y Juan José Delhuyar, Andrés Manuel del Río o Miguel Constansó, por citar algunos de los más relevantes), sino también de los desarrollos autónomos que se dieron en cada una de las regiones del Imperio ultramarino.
Ahora es necesario decir una palabra sobre la Ilustración peregrina, es decir esencialmente sobre la obra realizada en tierras italianas por los jesuitas expulsos, que, cortados físicamente de su ámbito natural de actuación, en España o en América, por la decisión de 1767, siguieron entregados a su vocación erudita produciendo numerosos y granados frutos durante los años de su obligado exilio. Entre los más sobresalientes creadores de esta cultura hispano-italiana destacan, en el plano del ensayo filosófico, el segoviano Esteban de Arteaga y el alicantino Pedro Montengón. El primero haría una importante contribución al pensamiento estético con sus Investigaciones filosóficas sobre la belleza ideal (1789), que entre otras novedades introduce una reflexión sobre los condicionantes externos del arte, tanto físicos como sociales e intelectuales, con su corolario adverso a la universalidad de la valoración estética y favorable a la creación determinada por las tradiciones nacionales, abriendo así la puerta al prerromanticismo. Pedro Montengón ocupa, por su parte, un lugar destacado en el debate educativo ilustrado, así como en la introducción del pensamiento de Rousseaus en España, gracias a su obra Eusebio, publicada en Madrid entre 1786 y 1788 y, tras su condena por la Inquisición, revisada y vuelta a editar como Eusebio corregido y enmendado (1807): réplica de la gran obra pedagógica del pensador francés, comparte con él su entusiasmo por una educación en libertad y su añoranza del estado de naturaleza.

Común a la mayoría de los jesuitas exiliados fue su pasión por la historia y su amor a España. Este sentimiento fue el que impulsó al catalán Francisco Javier Llampillas a salir al paso de las duras acusaciones vertidas contra los escritores españoles de haber corrompido la creación literaria (tanto a través de las obras de los autores de la baja latinidad como a través de la poesía culterana y del teatro del Siglo de Oro), con un tratado en seis volúmenes redactado en italiano bajo el título significativo de Saggio apologetico della letteratura spagnola. El mismo espíritu inspira la obra del estudioso de origen catalán Juan Francisco Masdeu, Storia critica di Spagna e della cultura spagnola, que no pudo difundirse sino muy parcialmente en Italia, pero que aparecería íntegramente traducida al castellano en veinte tomos entre 1783 y 1805: su exaltado nacionalismo (presente especialmente en el discurso preliminar que no es sino una encendida apología de España) daba la mano a una rigurosa crítica historiográfica, que coloca cerca de las enseñanzas de Mayans y lejos de las contemporizaciones de Flórez a una obra que puede considerarse como uno de los esfuerzos históricos más gigantescos de todo el siglo XVIII hispano-itálico.

Aún más importante fue la campaña que, frente a las acusaciones vertidas por el abate Raynal, Cornelius de Pauw y otros impugnadores, fue llevada a cabo por algunos de los jesuitas expulsados del Nuevo Mundo en defensa de América, de sus habitantes, de la actuación de los españoles y de las misiones jesuíticas. Así, Francisco Javier Clavijero, en su Storia antica del Messico (1780), defiende esencialmente los valores de un territorio a que tantos escritores modernos niegan su esplendor. Parecido sentido para la región chilena tiene la obra de Juan Ignacio Molina (escrita originalmente en italiano, traducida por Domingo José de Arquellada y publicada en Madrid por Antonio de Sancha en 1788-1795) Compendio de la historia geográfica, natural y civil del reino de Chile, que rebate expresamente las opiniones de Pauw, incluye un inventario de los escritores de temas chilenos, declara a Chile uno de los mejores países de América y reivindica la capacidad intelectual de sus habitantes que sólo conoce el límite de las carencias educativas de la región.

De todas estas obras reivindicativas, la más directamente polémica es la de Juan Nuix, Reflexiones imparciales sobre la humanidad de los españoles en las Indias contra los pretendidos filósofos y políticos (escrita también originalmente en italiano, traducida por Pedro Varela y publicada por Joaquín Ibarra en 1782), que representa el máximo esfuerzo por defender la colonización española en América, evitando al mismo tiempo cualquier apología de la conquista.

Finalmente, hay que dar cuenta de dos de las obras más enciclopédicas debidas a los jesuitas instalados en Italia. Influido directamente por Mayans, el alicantino Juan Andrés es autor de una monumental historia universal de la cultura que, aparecida primero en italiano bajo el título Dell'origine, progressi e stato attuale d'ogni letteratura, sería editada en castellano en diez volúmenes entre 1784 y 1806, lo que permitiría su mayor divulgación entre los ilustrados españoles y también su selección como libro de texto en los Reales Estudios de San Isidro y en la Universidad de Valencia.

Finalmente hay que referirse a la obra también enciclopédica del manchego Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809), que se encuentra en el origen de muy diversas tradiciones científicas. Su Idea dell'universo (reescrita más tarde en castellano), que comprendía diversos volúmenes dedicados a la antropología, la cosmología, la geología y la lingüística, es uno de los más ambiciosos proyectos eruditos debidos a una sola pluma. En todo caso, su aportación esencial a la ciencia se compendia en el Ensayo práctico de las lenguas, con prolegómenos y una colección de oraciones dominicales en más de trescientas lenguas y dialectos (1787) y en el Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas (escrito en italiano en 1784 y publicado en español en 1800-1805), que convierten a su autor en el padre de la filología comparada. Su labor intelectual se ejercító en otros campos, entre los que pueden destacarse sus trabajos bibliográficos y su obra amerícanista, así como también, en otro orden de cosas, y como veremos más adelante, su contribución al nacimiento del pensamiento reaccionario europeo.

En la aventura intelectual de los jesuitas expulsos, el contraste entre adhesión a las corrientes ilustradas e ideología contrarrevolucionaria que vemos en el padre Hervás no es sin duda el más destacable, ya que sin perfiles tan aristados se dieron posiciones ideológicas semejantes en buen número de los restantes representantes españoles del movimiento. También resulta un hecho meramente coyuntural que algunos de los más decididos defensores de la literatura, la cultura y la historia de España escribiesen en Italia y en italiano. Más delicado resulta explicar la adscripción ilustrada de un grupo que había recorrido los caminos del exilio precisamente porque los representantes del reformismo oficial habían considerado incompatible la ideología de la orden con la difusión del espíritu de las Luces. Casos como el de Montengón, con su obra condenada por el Santo Oficio por su heterodoxia, o como el de Masdeu, criticado por sus inclinaciones claramente regalistas, permiten comprender la contradictoria posición del embajador de Roma, José Nicolás de Azara, anticlerical declarado y convencido enemigo de la orden extinta, pero al mismo tiempo protector de los jesuitas en el exilio y admirador de su obra literaria.

Algunas ideas iniciales quedan subrayadas a partir del análisis geográfico de la Ilustración. El movimiento ilustrado se extiende espontáneamente por todas las regiones españolas y aun supera las fronteras físicas del país. Es por tanto una corriente caudalosa, que recibe aportaciones entusiastas desde muchos rincones y que, a pesar de la variedad de las contribuciones regionales y aun individuales, presenta una notable homogeneidad. Sus planteamientos más característicos encuentran buena acogida en los medios gubernamentales, por lo que algunos de sus representantes más significados no escatiman sus sinceros elogios al soberano que más ha sabido penetrarse del espíritu de las Luces, como hace Jovellanos en su famoso Elogio de Carlos III. El Despotismo Ilustrado era el instrumento para la realización de las ideas de los intelectuales reformistas, sin que se produzca contradicción esencial entre la práctica de los políticos y las teorías elaboradas por los pensadores. Ambas instancias están al servicio de un mismo objetivo, la modernización del país.